Calor en la Sombra

“Calor en la sombra” no sólo es un álbum de la banda estadounidense de hard rock KISS, lanzado en 1989, y en donde se incluyen éxitos como “Forever”, “Cadillac Dreams” y “Hide Your Heart” (Esconde tu corazón), y en cuya portada Hot in the Shade (Calor en la Sombra) aparece una pirámide egipcia, que alegre se protege del ardiente sol con lentes negros.

“Calor en la Sombra” es el espacio de periodismo y difusión que ustedes estaban esperando, en el que aparecerán textos principalmente de mi autoría y a veces de amigos invitadoscomo artículos de análisis, frescos ensayos, crónicas, reseñas de libros, notas periodísticas, así como entrevistas, semblanzas o retratos de personajes del arte, la cultura, y por qué no, hasta de la política, entre otros temas de interés.

Así como algunos personajes pintorescos de dominio público y otros de la calle, que deambulan bajo la sombra del anonimato, y que en muchas ocasiones han aportado algo al mundo; aunque el mundo se haya olvidado de ellos.

Será también un espacio de difusión de otros blogs afines de periodistas y escritores amigos, plumas finas y lentes tenaces como el cronista Kristian Antonio Cerino, el periodista Víctor Ulín y el reportero gráfico Jaime Avalos, por mencionar algunos, relacionados a la causa, que viven y trabajan y respiran bajo la lluvia de fuego de Tabasco “Capital mundial del calor y los mosquitos”, donde la temperatura se dispara por encima de los 45 grados, y alcanza a la sombra, los 40. Tierra donde El sol se saca del bolsillo el día.

Ya sea en tu computadora, en tu BlackBerry o en un periódico que los publique, estos textos son ideales para disfrutar en la oficina, en el sofá de tu casa o en una hamaca… Siempre bajo el Calor que nos brinda la Sombra.

Sean ustedes bienvenidos, esta es su casa, pueden entrar en ella cuando ustedes gusten, o como dijera la canción de Eagles, Hotel California: “Puedes visitarlo cada vez que quieras, pero nunca lo podrás dejar…”

Atentamente:

Jaime Ruiz Ortiz

Fotografía de portada: Ricardo Cámara

Diseño de portada: Armando Gómez Romero

miércoles, 27 de mayo de 2015

José Carlos Becerra para estudiantes


José Carlos Becerra

para estudiantes


Dedicado a mis amigos de la carrera de Comunicación en la UJAT

Generación 1997-2002

 


 

Por Jaime Ruíz Ortíz

 


Yo conocí al poeta tabasqueño José Carlos Becerra por un veracruzano; por el psicólogo y casi desconocido poeta Roberto Velásquez Pacheco. Llegábamos en ese entonces al taller de poesía que Pacheco impartía en el velódromo de Ciudad Deportiva, en 1996. Leíamos alegres a Huidobro, a Neruda, a Efraín Huerta y a Ricardo Castillo; a algunos tabasqueños como: Ciprián Cabrera Jasso y Francisco Magaña, así como a José Gorostiza, el autor de Muerte sin fin; pero por alguna razón nunca a Pellicer. Esa fue la primera vez que oí hablar del autor de El otoño recorre las islas, de Becerra.
 

Me sorprendieron su fuerza. Su tono oscuro. Su seguridad. Su manera de tomar a la cuidad por la cintura o por el sueño; sus versos largos y cortantes como cuchillos que perforan la realidad. Su joven descaro para hablarle de frente a la muerte; cara a cara a la soledad y a los espejos.
 

Sus poemas no se gastan. De generación en generación el poeta José Carlos se redescubre. Cada lectura es distinta. Lejos de erosionarse en la multitud que cobra cada vez más adeptos, Becerra se celebra, se corona, sale victorioso sobre la superficie de la muerte, y se une a la eternidad como “aquel hombre se unía a la soledad del mar”.
 

Más cosas de las que nos imaginamos son las que nos atan a Becerra. No sólo por la institución en donde estudiamos, ni el lugar donde vivimos y la edad que tenemos.

 
En mi caso y en el caso de otros estudiantes de la Licenciatura en Comunicación, en la DAEA de la UJAT, en las tardes, cuando la maestra Fabila o el maestro Hugo o la maestra Flor, o la maestra Crystiam no habían llegado aún, un grupo de compañeros y yo, tomábamos el único, viejo y deshojado libro que teníamos de El otoño recorre las islas, y nos íbamos a veces al embarcadero o tras la cafetería, allá donde el olor caliente a carnes asadas y a muchachas frescas hacían sonreír nuestros sentidos.
 

La idea era relacionar aquellas imágenes con nuestras vidas y con lo que nos sucedía a cada quien. Entre zanates y martines pescadores que “se suicidaban” por un bocado, y entre lagartos que esperaban la caída al agua de las muchachas que se besaban frente a la laguna con el novio en turno, a la hora en que el sol, siempre sentado en el horizonte, se quitaba las zapatillas, se quitaba el sol, leíamos a Becerra.



José Carlos Becerra, Carlos Monsiváis, Emmanuel Carballo

Discutíamos entonces ―Kristian Antonio Cerino, Andrés Torres Morales, Erik García Madrazo y a veces Adán Arturo Isidro Torres, Julio César Alcántara Castilla y Roger Humberto Sánchez, entre otros― y leíamos en voz alta, y tratábamos de descifrar aquellos versos, aquellas imágenes
 
Por ejemplo: ¿qué significaba para nosotros cuando Becerra decía? “Tus cabellos de día de lluvia”, o “Dices que te vas, mientras comienzas a moverte como una barca atada a la orilla”.


Sin duda alguna había un hechizo extraño que nos unía en torno a ese montón de versos, en torno a esa caja de sorpresas donde extraíamos imágenes y sombras que alumbraban nuestros pasos: Avisos, predicciones, espejos donde veíamos nuestras vidas reflejar; tesoros de las islas perdidas que el otoño recorre, con toses de enfermo.


Por eso, cuando estábamos alegres o cuando estábamos tristes, leíamos a Becerra; cuando estábamos nostálgicos o solíamos pensar en un mejor mañana, leíamos a Becerra. En los poemas de José Carlos hay erotismo, hay “muslos separados con terminaciones de anochecer”; hay “nalgas donde la redondez del mundo cobra sentido”; “donde los marineros en tierra señalan al mar”.


Por eso, cuando nos gustaba el caminar de una chica o nos rebotaba alguna otra en la cabeza o en el pecho, no sólo leíamos ―como los demás― a Sabines o a Neruda: Nosotros leíamos a Becerra.


José Carlos siempre tenía algo para la ocasión. De aventuras amorosas y romances fugaces no está exenta la obra del joven poeta tabasqueño.


En el poema “El tema de la zorra”, Becerra escribe:
 

y ya dentro del coche lo de siempre, apretarte los senos,

   [morderme tú la mejilla, gemir, meterte yo la mano entre los mus-

   [los que poco a poco abres diciéndome no por favor, diciéndome por favor es que no puedo volver tan tarde.

 

En las fiestas de la escuela los viernes por la noche, en casa de algún cuate, lo mismo que el alcohol y las chicas, aquel libro de Becerra no podía faltar.


Al calor de la noche y a la luz de los cigarros que iluminaban los triángulos oscuros de las faldas de las chamacas, más de uno repetía incansable los versos de Becerra, para acortar distancias:
 
Cada palabra es un sitio para mirarte,

cada palabra es una boca para acercarme a ti,

el otro modo de tomarte por la cintura o por el mundo

cuando tu mirada y el atardecer son la misma persona.

 
Cada palabra es una lámpara encendida

para verte cuando tú no estás.

 
Cuando la mamá de Andrés Torres ―un compañero de salón―, murió en septiembre de 1999, el mismo mes en que murió la mamá de Becerra, entonces volvíamos al Otoño recorre las islas: “Y uno no quiere que el viento entre a la casa como si se tratara de un animal desconocido”.
 
 

José Carlos Becerra pertenece a esa estirpe de artistas que murieron jóvenes a causa de accidentes relacionados con el motor, como los personajes legendarios: Hay que morir joven, y ser un cadáver hermoso, sostuvo James Dean. De la misma manera en que la muerte nos arrebata de los placeres de la carne, también nos otorga la oportunidad de renacer; la de José Carlos Becerra no asigna un final, sino todo lo contrario: una resurrección. Una resurrección que apenas comienza.

Aquí está la obra de este estupendo poeta, puede enrolarse en ella quien así lo desee. Están invitados.