‘Ya vino Santa Clós’
“Tú has escondido la luz en
alguna parte”
Vicente Huidobro
Fotografía de Francisco Cubas
Por Jaime Ruíz Ortíz
La noche que velaban al poeta Ciprián Cabrera Jasso,
habían pocos jóvenes. El reciento se llenó de familiares, amigos, de gente de
la pintura y la poesía y de políticos, pero no habían jóvenes que escriben.
Alguien preguntaba si acaso Ciprián no tenía mucha relación con ellos. No lo
creo así.
Lo invité una vez hace más de diez años a un taller
literario para jóvenes “En busca del tiempo perdido”, que conducíamos en ese
entonces algunos que empezábamos a hacer nuestros primeros versos[1].
Cada mes teníamos un escritor invitado que ―después
de dar lectura a su semblanza y hacerle una breve entrevista― leía sus poemas y
se encargaba ese día de conducir el taller. Habían llegado antes los poetas:
Teodosio García Ruíz, Francisco Magaña, Miguel Ángel Ruíz Magdónel, Fernando
Nieto Cadena, entre otros.
―“Qué voy hacer ahí, si nunca he estado en un
taller… y mucho menos conducido uno”, alegaba el poeta cuando lo invité.
Pero ese domingo a la cafetería del Centro Cultural
Villahermosa, Ciprián Cabrera Jasso fue el primero en llegar, entusiasmado como el primer día que
iba a la escuela, en compañía de su esposa; traía en la mano un morral lleno de
poemarios inéditos.
―“La gente cree que los escritores lo saben todo”
―fue una de sus primeras respuestas.
Pero Ciprián, a fin de cuentas, era un hombre bueno
y sencillo, bebía agua simple y le gustaban las galletas Cremas de Nieve sabor
vainilla que, cuando se las ofrecimos en un plato, dijo: “Cómo saben que éstas
son las que me encantan”. Ese día el taller rompió récord de asistencia: 36
jóvenes llegaron a escuchar, a convivir, a conocer a Pano.
Durante más de una hora, Ciprián Cabrera Jasso leyó
sus poemas distribuidos en varios engargolados grises, que, adelantó el poeta,
serían publicados en los próximos años en una serie de antologías que estaba
preparando la UJAT.
Se rifaron libros suyos, que dedicó gustoso a los
premiados. El poeta se marchó satisfecho; su corazón estaba lleno de
esperanzas.
Fui a verlo seguido a un negocio llamado El Elotín, que Pano tenía en Paseo Tabasco. Ciprián formaba parte del consejo
editorial de la revista Tierra Adentro
y me había pedido que le llevara mis poemas para revisarlos. Nos sentábamos
afuera, para tener una mejor vista. Tenía siempre en la mesa un libro distinto
cada ocasión (poesía, filosofía, novela), con los que el poeta aprovechaba para
matar el tiempo. Me llamó especialmente la atención un libro azul. Acerqué un
poco la vista para ver el título, pero el escritor frustró mi intento, poniendo
unas hojas encima. El tema, a la distancia, parecía “superación personal”. Tres
días después me enteré del episodio en que el autor de Nadie detendrá el viaje quiso abandonar su sueño por segunda
ocasión. La tercera sería la vencida.
Ciprián tenía un buen oído y un gran sentido del
humor. Después de aquellos encuentros, una noche fui a un evento (junto a mi
esposa María Inés Armengol y mi hijo Axel Francisco) a la Galería de Arte El
Jaguar Despertado. Afuera, antes de entrar, Ciprián Cabrera venía solo
caminando como cualquier mortal por los adoquines de la calle Sáenz, con su
cabello blanco y su esplendorosa barba larga encanecida, vestido de rojo, pues pertenecía
a la orden de los monjes ishayas. Traía una sonrisa como una bandera entre los
labios.
―”Ahí viene Santa Clós”, dijo Axel.
Nos envolvió un sentimiento de pena con el amigo Pano, aunque a la distancia supusimos
que el poeta no había escuchado nada.
Se acercó a nosotros. Me abrazó y saludó a mi
esposa. Ciprián volteó a ver a Axel a los ojos y le dijo: “Jo, jo, jo. Ya vino
Santa Clós”.
En su departamento forrado de libros no había
televisor. Cuando le informé que le había llamado a su casa para algún asunto,
contestó: “El teléfono sí sirve pero está desconectado el cable del sonido”.
Me sorprendió que nunca hubiera visto en su vida un
partido de futbol, y que no conociera a jugador alguno: “Sigue hablándome de
ese tal Maradona”, me dijo en un café, “y del gol que metió en el mundial el
tal Negrete; todo eso me interesa”. Apuntó: “Nunca he visto un partido de
futbol”.
En otra ocasión, estábamos en un evento en el
Instituto Juárez, y como ya le decíamos Santa Clós, preguntó Inés en voz baja,
casi en silencio, sólo a mí: “A Santa Clós no lo veo. ¿No sabes si vino?”.
Una voz nos tomó por sorpresa, soplándonos casi en
el cuello: “Síii. Aquí estoooy”, nos dijo engordando la voz. Era Ciprián. Estaba
justo atrás de nosotros, escuchándolo todo.
En
el taller literario ‘En Busca del Tiempo Perdido’
El pasado 13 de febrero, en el marco de un homenaje
estatal por su reciente ingreso como miembro de la Academia Mexicana de la
Lengua, el rector de la Universidad Olmeca, Lácides García Detjen, su amigo,
leyó una larga y divertida semblanza sobre el homenajeado, destacando sus andanzas
literarias así como anécdotas juveniles. Mientras Pano reía cruzado de brazos, pensé que tal vez ya se sentía
satisfecho con su obra, con su vida, con el mundo y alegre puede decidir retirarse,
como Nervo, en paz.
“En la noche uno se cansa de acostarse a dormir / y
no saber si habrá otro día, /si llegarán nuevas manos, / si habrán bocas que
pronuncien nuestros nombres / y sepamos que somos nosotros”, escribió en Los Dones del Insomnio.
Guardo cuatro libros autografiados por él, y el
recuerdo de un amigo, un hermano, de un ángel que sin alas emprendió el vuelo.
Muchos lo recuerdan como se recuerda un santo, mi hijo también así lo recuerda.
Jaime
Ruíz, Ciprián Cabrera y su esposa
Este texto fue publicado en la revista nacional Tierra Adentro, número 176,
perteneciente a los meses junio-julio 2012, del Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, como un homenaje al extinto poeta tabasqueño.
VER EN LÍNEA
[1] Coordinaban
el taller “En busca del tiempo perdido”: Álvaro Solís
Castillo, Jaime Ruíz Ortíz, Daniel Peralta Guzmán y Benjamín González Sumohano.